Los homo sapiens sapiens tenemos un cerebro altamente
social, y por ello fácilmente podemos contagiar nuestras emociones o, por el
contrario, vernos “infectados” de las que expresan los demás.
Nuevas investigaciones presentan que observar el estrés
experimentado por otras personas puede desencadenar una respuesta similar en
nuestro organismo. Ver reír a alguien o a un grupo llevaría a que se
desencadene nuestra risa; acompañar a una persona en un momento difícil, a
sentirnos tristes; mirar bostezos, a no poder evitar comenzar a abrir la boca y
también hacerlo, etc. Todas éstas son pruebas cotidianas de que las emociones
son contagiosas.
Esta característica despierta el interés de todos nosotros y
obviamente el de muchos neurocientíficos, que desde hace años realizan diversas
investigaciones para comprender cómo las personas tomamos el estado anímico de
otros.
Desde el descubrimiento de las neuronas espejo o especulares
por el neurobiólogo Giacomo Rizzolatti y su equipo de la Universidad de Parma,
la curiosidad creció aún más.
En su morfología, las neuronas espejo no se distinguen de
las otras células nerviosas, pero sí lo hacen por la doble función que cumplen:
se excitan ante determinadas acciones, las realicemos nosotros o las observemos
en otros.
Los múltiples trabajos realizados desde su hallazgo demuestran que
las implicaciones que tienen trascienden el campo de la neurofisiología pura,
ya que el sistema de espejo permite hacer propias las acciones, sensaciones y
emociones de los demás.
Uno de los trabajos que presenta la actividad de las mismas
es el de Sophie Scott, del Colegio Universitario de Londres, quien se propuso
con su equipo ampliar otras investigaciones que demostraban cómo los rostros
sonrientes activan las neuronas espejo de quienes los miran.
Scott en su
estudio reemplazó los estímulos visuales por auditivos, haciendo escuchar a los
voluntarios vocalizaciones correspondientes a emociones negativas como el miedo
y el disgusto, y positivas, como la diversión y el triunfo. Mientras tanto los
cerebros de los participantes eran monitoreados a través de una resonancia
magnética funcional. Uno de los puntos sobresalientes del estudio fue encontrar
que las risas y voces triunfantes produjeron mayor respuesta.
Un trabajo más actual sobre cómo los estados emocionales de
los otros influyen en nosotros fue llevado a cabo por Veronika Engert, del
Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas. Esta investigación presentó que
con el solo hecho de ver a una persona sobrellevar una situación estresante
puede ser suficiente para hacer que nuestro organismo libere cortisol (más
conocido como "la hormona del estrés").
El trabajo se realizó con voluntarios de ambos sexos,
algunos desconocidos entre sí y otros que eran pareja. Se formaron dos grupos,
uno con quienes no estaban emparentados y el otro con los que sí. La tarea
consistió en que 211 voluntarios observaran a otra persona que era sometida a
responder una entrevista exigente o a resolver cálculos aritméticos
desafiantes, con el fin de inducirlos a sentir estrés. El resultado fue que
solo el 5% de los sujetos de prueba consiguieron mantener la calma; el restante
95% tuvo un aumento significativo en sus niveles de cortisol.
Las observaciones fueron de dos tipos: a través de un espejo
unidireccional o por medio de videos. Cuando la visualización de un extraño se
realizó a través del espejo un 30% de los participantes presentó un notable
aumento del cortisol, y este porcentaje llegó al 40% cuando las personas
estaban emparentadas con quien debían contemplar.
Esto último los llevó a concluir que si bien la cercanía es
un facilitador empático para el estrés, no es una condición necesaria para que
se produzca. Incluso la presentación de las personas que pasaron por la prueba
a través de un video fue suficiente para que un 24% de los observadores vieran
sus niveles de cortisol acrecentados.
Para los investigadores hasta los programas de televisión
pueden afectarnos, ya que el estrés tiene un enorme potencial de contagio.
Asimismo, los resultados no encontraron diferencia alguna en las respuestas
empáticas entre ambos géneros, aunque las mujeres tendieron a evaluarse a sí
mismas con mayor capacidad a la hora de manifestar esta capacidad cognitiva.
Partiendo de que en la actualidad uno de los males que
aqueja nuestras sociedades es el alto nivel de exigencias, horas de trabajo,
poco descanso, transito complicado, etc., resulta importante tener presente
como sin quererlo nos transmitimos el estrés unos a otros.
Cierto nivel de exigencia nos activa y puede ser necesario
para que podamos estudiar, cumplir con nuestro trabajo, tareas, etc., pero si
es desmedido será contraproducente y afectará toda nuestra UCCM (unidad cuerpo
cerebro mente).
En todos los ámbitos debemos considerar la aplicación de uno
de los principios de la Neurosicoeducación para cuidar de nosotros (el de
adecuación) que nos permitirá entender qué pedir y cuánto, según las
posibilidades reales del momento particular de cada persona. Sin ello nuestro
mecanismo adaptativo se vería desbordado, entraríamos en distress y viviríamos
las demandas del medio como amenazantes.
Las obligaciones desmedidas tanto en el aula como en el
trabajo perjudican principalmente dos áreas del cerebro, en donde se encuentran
una gran cantidad de receptores de hormonas del estrés: el hipocampo (implicado
en la formación de nuevos recuerdos) y la corteza prefrontal (involucrada en
las funciones cognitivas complejas: toma de decisión, adecuación del
comportamiento, planificación, pensamiento consciente).
Si el estrés es transitivo, tal como arroja el estudio del
Instituto Max Planck, ya que observar a otra persona en una situación
complicada puede ser suficiente para hacer que nuestros propios cuerpos liberen
la hormona cortisol, cabe preguntarse qué podemos hacer.
Por un lado ya vimos lo necesario que es estar atentos a los
momentos particulares de nuestros alumnos y colaboradores para tener en cuenta
cómo están emocionalmente, si descansaron lo necesario, si vienen de una etapa
de alta exigencia, etc., para ajustar las tareas a la realidad de cada persona.
Un modo sencillo, si no se cuenta con tiempo, es elaborar una pequeña planilla
en donde se anoten algunos de estos datos.
También es importante dar espacios para que la UCCM se
recupere de los esfuerzos. Los descansos durante el día no son una pérdida de
tiempo, sino, por el contrario, una optimización del mismo: permiten que el
organismo vuelva a contar con la energía necesaria para responder a las tareas.
Facilitar e impulsar momentos sociales que posibiliten
charlas distendidas disminuye el estrés, además de crear vínculos más humanos.
Finalmente, es vital desarrollar la responsabilidad que cada
uno de nosotros tiene en la generación de medios o contextos contribuyentes a
nuestra mejor expresión, ya que si bien el estrés se contagia, las emociones
positivas también. Antes de entrar a clase, a trabajar, a nuestro hogar, o al
salir a la calle, la pregunta que debemos hacernos es: “¿Qué estado emocional
voy a contagiar?”, y luego ser capaces de gestionarlo si no es el apropiado.
Puede parecer algo sencillo, pero, sin embargo, el simple hecho de hacernos una
pregunta activa nuestro cerebro y lo incita a buscar una respuesta para
hacernos conscientes de cómo nos encontramos emocionalmente. Este proceso
también puede realizarse al inicio del día laboral, de una reunión, actividad,
etc.
Tal vez nuestras sociedades serían más trascendentes si
pudiéramos tener presente la incidencia que cada uno de nosotros tiene en el
cerebro de los otros, en sus conductas,
emociones y comprender que no da lo mismo cómo nos expresemos y
actuemos, ya que todos con nuestras acciones cotidianas hacemos a los contextos
en los cuales vivimos.
Fuente: Asociacion Educar
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