Si en alguna ocasión tu pareja te suelta un “Cariño, te
juro que entre nosotros no ha pasado nada”, quizás sea el momento de pedirle a
nuestros sentidos que presten más atención de la habitual a escudriñar toda la
información no verbal que podamos para detectar si debemos empezar a desconfiar
de la palabra dada.
Quizás en eso, las relaciones de pareja y la política se
parezcan más de lo que podamos creer.
En ambos casos se establece una relación de un enorme
vínculo emocional que puede llevarnos a cambios muy importantes en nuestra
percepción. Cuando una persona es simpatizante de un partido político, tiende a
buscar el modo de justificar cualquier cosa, incluida la mentira. Algo muy
parecido al síndrome de Estocolmo que podemos sentir cuando imaginamos que nos
han sido infieles pero no queremos creerlo.
Estamos, como decía Sebastià Serrano, sin lugar a dudas,
en uno de los grandes momentos de la comunicación: el arte de la mentira, el
engaño, el disimulo… para algunos la política es el arte de estas malas
prácticas.
Quizás porque es tan antiguo como el ser humano, mentir
sea pecado en varias religiones y la honestidad una virtud en tantas otras
culturas. Y quizás por ello también, tal y como señala Eduard Punset, estamos
más preparados para descubrir a un mentiroso que para encontrar la verdad.
De hecho, esa virtud que, según Punset, tenemos los
humanos, no es una especie de radar o sexto sentido, sino la capacidad de
detectar cambios en los estados emotivos en el discurso verbal de la persona
que miente. Algo así como lo que hacen los detectores de mentiras tan explotados
en televisión: observar los cambios fisiológicos que nuestras emociones
generan.
Aunque la distancia física con nuestros políticos suela
ser insalvable y solo la televisión o internet nos abran una ventana a estos
líderes, muchas veces sus reacciones nos dan una información muy valiosa.
Aunque por si alguna vez –especialmente en campaña electoral- algún político te
da la mano y conversa contigo, te sugiero que prestes atención a sus cambios
fisiológicos:
- Cuando una persona miente, su tono de voz cambia. Algunos expertos señalan que la subimos una octava, más o menos.
- El ritmo de respiración se acelera.
- En algunas ocasiones, el color de la cara puede cambiar. Es muestra de embarazo por la posibilidad de ser descubierto, así como reacción al mayor ritmo de respiración.
- La mirada suele delatarnos, ya que se suele dar un cambio en ella, en el movimiento de los ojos.
- Disminuyen los gestos, ya que nuestro cerebro está más ocupado en dar consistencia al mensaje verbal y dedica menos atención a nuestra gesticulación.
Además de estas señales de alerta, la cara suele ser un
reflejo muy claro de lo que estamos haciendo. Quizás por miedo, vergüenza o
culpa, nuestro rostro suele cambiar y estas emociones pueden generar una
contradicción aparente entre lo que decimos y lo que creemos.
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